DOS GUSTOS DE HELADO ?
De chico siempre me pedía helado de chocolate y dulce de leche. Una y otra vez. Me fascinaba subirme al asiento trasero del auto de papá o mamá e ir a cualquiera de las heladerías del barrio con la emoción intacta, mientras mi mente saboreaba la amargura del chocolate, y se empalagaba con el aroma del dulce de leche. Podíamos cambiar de heladería, y hasta de barrio, pero yo no iba a cambiar mi elección. Chocolate y dulce de leche. Si pedía un cuarto, no tenía que dar más especificaciones. Si pedía un cucurucho, el chocolate abajo, por favor. Así, por años.
No puedo recordar, al menos con certeza, cuando fue el día que decidí elegir otros sabores. Asumo fue hace más de 15 años, por lo menos. Tampoco recuerdo, con claridad, en que heladería se produjo el cambio ni el motivo del mismo. No se si fue por cansancio, o por las ganas que tenían mis papilas gustativas de empaparse con sabores nuevos y exóticos. O si fue por las ganas que sentía, repentinamente, mi mente por tener que elegir, una vez más. La adrenalina de hacerle frente a lo desconocido.
A ver. Paremos un segundo acá. Si estas leyendo esto, capaz pienses en lo banal y trivial que puede sonar este tema. No estoy tan de acuerdo. Es que escoger un gusto de helado esconde más de lo que uno se podría imaginar. Porque en ese momento, en el que cambias, dos cosas pueden pasar.
Una, que no te guste lo que elegiste. Que tires, regales o comas por compromiso el helado que acabas de recibir. Que generes una peligrosa alergia al cambio. Que dejes de innovar. Que, desde ese momento, te aferres a lo seguro. Por las dudas. A lo que sabes, da resultado. A, lo que sabes, te gusta. Por anda a saber vos cuando tiempo más. Tu pequeña, pero gigante, zona de confort.
El segundo escenario es que, lo que elegiste, te guste. Que ese sabor te conquiste, poco a poco. Que sientas el placer de haber triunfado ante lo incógnito. Ese placer que se potencia gracias a la adrenalina que sentiste al no pronunciar tus palabras mágicas habituales, sino unas totalmente nuevas, incluso para tu voz.
Creo, se desprende una arista de este segundo escenario. Casi con certeza confirmo, mientras escribo estas líneas, que esta arista fue parte de mi infancia. Te podes volver adicto al cambio. Podes encontrar tal goce en el probar algo nuevo que, tentando a la suerte y agotando la adrenalina que llevamos dentro, usamos el cambio como hábito y no como recurso. ¿Cuán saludable puede ser el cambio si lo usamos sin criterio? ¿Cuán útil puede ser si dejamos de valorarlo? ¿Cuan beneficioso puede ser el cambio cuando, por tanto cambiar, el cambio se convierte en rutina? ¿No entraríamos en un loop infinito, presos del placer que nos otorgan los resultados, eligiendo cual gusto de helado haya, con tal de poder cambiar? ¿Cómo definiríamos así, nuestros verdaderos gustos y convicciones?
Es interesante cuanto se esconde detrás de dos gustos de helado.