“Abro la segunda botella, queres? No tengo sueño, quiero saber como sigue la historia” – me dijo.
Asentí con la cabeza y esperé unos minutos. Abrió la puerta. Se sentó enfrente mío. Llenó mi copa (y la suya). Y esperó. Esperó pacientemente a que continuara con mi relato.
Bebí un sorbo de vino, aclaré mi garganta, respiré hondo y me predispuse a continuar con mi relato. Era hora.
Después de una hermosa experiencia haciendo dedo por Malasia (primera, pero no última), el viaje seguía y tenia mucho por recorrer. Aunque había algo que se mantenía bastante constante. El presupuesto. Presupuesto mochilero que intentaba cuidar como fuera. Kuala Kangsar me presentó su primer obstáculo al encontrar un solo hotel abierto a un precio que, claramente, no cuadraba con mis cuentas. Se hacía tarde y no había mas opción que aceptar la oferta. Recuerdo, como si fuera hoy, que para equilibrar cuentas, cené mate.

“Mate?” – interrumpio, sorprendida. “Si, mate” – repliqué. “Es que viajaba con un presupuesto diario y no podía salirme de el. Y si lo hacia, tenia que compensar por otro lado”. Se quedó anodada. Pensando un tiempo. En silencio. Proseguí.
Como la habitación había salido mas cara de lo que pensaba y mi cuerpo no tenia tantas fuerzas para salir a buscar algo abierto, puse agua a hervir, saqué la yerba, limpié la bombilla y…. a comer. No me arrepiento de esas decisiones. Son las que te hacen valorar mas las cosas que vas logrando en el camino. Aparte, no iba a ser la ultima vez que hiciera algo asi.


Me desperté temprano al otro día y caminé. Caminé de aca para allá. Exploré cada rincón de Kuala Kangsar. Pueblo con poco pero con mucho. Muchísimo. Pueblo local que te hace abrir tu cabeza. Que te hace enfrentar diferentes culturas. Camine sus calles con asombro. Con curiosidad. Con motivación. Con ganas de mas. Comi, solo, en un restaurant local. Hable con su dueño. Le conte mi historia. El puso la televisión y me quede un rato viéndola. El almuerzo no fue abundante pero me lleno. Me fui contento.
Caia la noche y el viaje seguia. Motivado por la experiencia anterior, me puse al lado de la ruta esperando que algun auto parara y me quisiera llevar a mi proximo destino. Ipoh. Pero, si algo aprendi viajando, es que todos los días diferentes y que hay que aprender a convivir con situaciones frustrantes. Hay que estar fuerte de la cabeza.

Se rió. Como si le hubiera pasado. Como si entendiera de lo que estaba hablando. “Por qué te reis?” – le dije. “Es que me suena familiar lo que decis, nada mas. Perdona. Seguí” – respondió. “No tenes que pedir perdón, al contrario”.
Pasaron los minutos y los autos no paraban. Si paraban, era para contradecirse entre ellos y decirme que estaba del lado equivocado de la ruta. O no. Para terminar de decorar el paisaje, la lluvia se hizo presente y, luego de esperar varios minutos mas, acepté la derrota y volví caminando hacia la terminar de buses. En pocos minutos salía el último micro hacia Ipoh y era la ultima chance de agarrarlo.

“Llegaste?” – me preguntó. “Si, pero preferiría no haberlo hecho” – respondí, tajante. Se quedó en silencio. “Por que?” – se animo a acotar. “Es que Ipoh fue uno de esos pueblos que terminas odiando. Que, por mas que intentes e intentes, sienten un rechazo hacia vos. Que, por mas bueno que seas hacia ellos, ellos no pueden quererte. No hay química. Por mas que trates. Bueno, tambien pasa con las personas, no?”.

Se quedó en silencio. Rellenó las copas de vino. Nadie habló por unos minutos. Ambos, asumo, pensábamos en lo que recién había dicho. A ver, todos tenemos diferentes experiencias y las percepciones pueden ser distintas. Pero al menos yo, no me llevo un buen recuerdo de Ipoh. Igualmente la recuerdo con afecto. Con el afecto que se le tiene a las cosas que nos dañaron, pero que nos hicieron crecer. Con el afecto que se le tiene a las cosas que nos dejaron cicatrices que siempre vamos a poder ver, para recordar cuanto aprendimos.

Al dia siguiente caminé, con mi mochila en la espalda, cuadras y cuadras para llegar a la caótica terminal que me iba a depositar en lo que sería mi refugio mental. Cameron Highlands. “Ah si, escuche hablar de ese lugar” – interrumpió. “Deberías ir algun dia. Todos deberíamos visitarlo”. Es que Cameron se encuentra entre las montañas. Tiene un clima atípico. Fresco. Con brisa. Sin humedad. La gente es amable. Todos te sonríen. Y los días pasan entre caminatas, charlas y libros. Que se yo. Percepciones. Me quede varios días. Recorrí sus plantaciones de té. Tambien sus campos de frutillas. Comi en sus mercados callejeros. Desayuné en sus comederos locales. Hice nuevos amigos. Todo fue fácil. Lo necesitaba. Es que a veces uno necesita esos mimos, no? Al menos en la ruta.



“No solo en la ruta. En la vida” – dijo. Cuanta razón tenia.
Al amanecer del sexto día, arme mi mochila y, con nostalgia y alegria, caminé por ultima vez las calles de Cameron Highlands. Me pare al lado de la ruta. Dejé mi mochila en el piso y me predispuse a esperar, el tiempo que sea. Por la vereda de enfrente pasaba un caminante que, amablemente, me deseo suerte. “I hope someone can pick you up soon enough” – me dijo. Le sonreí y agradeci. Giré mi cabeza y un auto paró. Un señor, con su esposa y su hijo. “A donde vas?” – me pregunto. “A Kuala Lumpur”. “Justo íbamos para allá. Subite dale. Seguro tenes mucho que contar”

Una Vuelta por el Universo. El Origen. Capitulo VI.
2 respuestas
Hola.
¡Espero que haya más capítulos de El Origen! Acabo de conocer tu blog a través de Instagram y decidí comenzar aquí (por el título, por inercia)
La manera fresca y por sobre todo sincera y sin maquillaje con la que escribes es hermosa.
Saludos.
Hola Many ! Gracias por tu comentario y perdón por la demora en la respuesta ! Siiii, van a venir más, lo prometo. A veces me cuesta ponerme al día con el blog, pero prometo hacerlo, de una manera u otra.
Gracias en serio 🙂 !!