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Enseñando por el mundo. Capitulo Guimba

A pesar de que los días de playa, mate y charlas con B habían terminado, sentía una motivación muy grande. Y también nervios, muchos nervios. Mientras esperaba en el aeropuerto de Manila que me pasaran a buscar, intentaba descifrar porque. No entendía muy bien. Ya había pasado por esta situación varias veces antes. Ya sabía lo que era enfrentarme con ellos cara a cara. Ya sabía lo que era escribir con una tiza. Ya sabía lo que era hacer un chiste y que se rieran. Ya sabia lo que era hacer un chiste y que no se rieran. Pero igualmente no podia quitarme el nerviosismo de encima. Sea como fuere, tenía que capitalizar ese nerviosismo de la mejor manera. Arrancaba casi un mes enseñando en una escuelita en Guimba, a 200 km de Manila y tenía que estar a la altura. Más que nunca, tenía que ser yo.

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El dolor de muela hizo de la espera y el viaje hasta Guimba un no muy alentador comienzo. Algunas horas después de lo pactado, Sir Edwin (Filipinas fue colonia española, estuvo bajo dominio norteamericano, pero a algunas personas le dicen Sir, como en Reino Unido) me pasó a buscar, me dio la mano y en un ingles muy claro me dijo que un auto nos estaba esperando a unos minutos, con su compadre al volante. No recuerdo alguna vez en la que alguna persona me haya hecho tantas preguntas en tan poco tiempo. Desde que salimos del aeropuerto hasta que mis ojos fueron vencidos por el cansancio, unas horas después, respondí 17 veces que no estaba de novio, que B se había ido a trabajar a Manila una semana para después volver a Buenos Aires, que viajaba solo, que no estaba de novio, que era católico, que estaba en contra de los actos terroristas y que no estaba de novio. Me empezaba a dar cuenta que me estaba sumergiendo de lleno en la cultura filipina, una cultura que cuenta con una paciencia infinita y con una curiosidad extrema. Y que no cuenta con ese filtro mental que los occidentales solemos tener. Lo que se les ocurre, lo preguntan. No importa el contexto, el momento o cuan incomodo te puedan hacer sentir. Lo solucionan con una risa más adelante y con una disculpa por si te hicieron pasar un mal momento.

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Luego de unas horas de viaje, paramos a comer una “merienda”. Una bastante diferente a la que estoy acostumbrado. No había cafe con leche ni tostadas. Sino que entramos a un local de comida rápida y pedimos gaseosas, hamburguesas y fideos con tuco. Mientras comía y luchaba con el dolor de muela, Edwin aprovechó para hacer un cuestionario más y hasta para sugerirme de que manera me tenía que afeitar mi barba. Luego de rendirme ante la ultima porción de comida que quedaba, de explicarles que no comía todo porque el dolor era muy fuerte y de tomar un analgésico cuando volvimos al auto, mis ojos dijeron basta.

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Cada cierta cantidad de tiempo, me despertaba y por la ventana podía ver un paisaje mas rural, más auténtico. Me daba cuenta que nos ibamos sumergiendo en una vida mas tranquila, menos urbana. No tenia fuerzas para sentarme y empezar una charla. Mis ojos se abrían y cerraban y, cada vez que se abrían nuevamente, veían un paisaje diferente. De fondo solo se escuchaba el ruido del motor y esa sensación de estar viajando en ruta.

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Finalmente llegamos a destino, muy entrada la noche. Me mostraron mi habitación, la cual estaba perfectamente amoblada y con una heladera llena de cosas. En una mesada pude ver algunos medicamentos para mi muela, lo cual me sugirió la idea que, mientras dormía, Edwin avisó de mi dolor. Me presentaron a Jerry, el cual iba a ser mi guardaespaldas, según las palabras textuales que me dijeron. Iba a encargarse que estuviera bien, iba a dormir en en el piso de abajo todos los días que estuviera en Guimba y, lo mejor, iba a prepararme mis desayunos, almuerzos y cenas. Jerry no hablaba inglés pero fue la compañia que más disfruté en Guimba. Es el día de hoy que todavía recuerdo con placer las caminatas que teníamos a la noche, donde me intentaba explicar, con gestos, que los filipinos eran de poca estatura, que se reían y comían mucho. Siempre se reía. Cuando me reía, el se reía más fuerte. Antes de irme, fuimos a una misa juntos y cuando nos despedimos, le regalé un rosario hecho por mi tía y una remera que tenía en mi mochila. Me saludó y cuando el auto salía al aeropuerto, ese último día, me dio la mano y me pidió que volviera. Despedidas.

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Los primeros días fueron duros. Tenía todo, pero me sentía incómodo. Tenía demasiado. Y demasiada atención sobre mí. Por momentos, sentía que la presión me sobrepasaba. Había muchas expectativas en mi llegada. Cuando soy voluntario en estas escuelas, siento que la escuela, los profesores y los nenes me hacen un favor a mí, me muestran algo diferente, me ayudan, me enseñan. Pero Guimba se estaba esforzando en hacerme entender que ellos me esperaban a mi con mucha ansiedad y entusiasmo. Y por momentos eso me sobrepasaba.

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Un cartel gigante con mi foto y un “Welcome Teacher Luciano”, un acto de presentación con todos los padres, una performance musical de cada clase de la escuela, una reunión con todos los profesores y las constantes preguntas eran solo algunos ejemplos de como este pueblo filipino me recibía. Todavía me acuerdo las palabras iniciales de ese acto de presentación. “Finally, the day has came. He is from Argentina and he is with us now… Please say hi to Teacher Luciano”.

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Cerré los ojos muy fuerte. Respiré hondo. Intenté, como pude, tranquilizarme. No estaba cómodo, definitivamente. Me estaba desbordando. Me paré. Caminé. Me dieron un micrófono. Me pidieron que hable. Minutos antes, en la sala de dirección, me habían dicho que palabras decir, cuanto tiempo hablar y hacia donde apuntar mi charla. No sentía libertad. Y mucha presión. Demasiada.

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Con un jean y una chomba que me regalaron para vestirme de manera presentable, me paré enfrente de los padres y empecé a hablar en inglés. Caminé para acá y para allá. Decidí sentarme y hablar sentado. No se porque, pero siempre, enfrente de pequeñas o grandes audiencias, me siento más cómodo hablando sentado. Siento que transmite una cierta informalidad que me hace sentir mejor. Las miradas de Edwin y Luna se posaban en mi y lo podía sentir.

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Minutos después mi charla terminó. Gracias a Dios. Un rato después también terminó la presentación y empezó la celebración por el cumpleaños de Edwin. Un buffet gigante con comida exquisita decoraba el patio de la escuela. Los profesores estaban del otro lado del buffet sirviendo la comida. J, la profesora más linda del staff, me hizo señas para que me sumara y la ayudara. Al fin. La gente pasaba y me saludaba, y yo interactuaba algunas palabras con ellos. Ese momento me tranquilizó un poco, hasta que pude ver a Luna preguntando porque estaba sirviendo la comida. ¿Por qué no? Minutos después, Edwin me vino a buscar y me sentó en una mesa dentro de la dirección, con amigas de su familia. Señaló, en voz alta, quien estaba soltera y también les dijo que yo estaba soltero. Ese no filtro filipino de hacerte sentir incómodo en cualquier momento.

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Minutos después, pude escapar de esta mesa y, cervezas de por medio, las charlas con los profesores se fueron haciendo mas amenas. Empezó el karaoke (tradición filipina por excelencia) y, después de la torta de cumpleaños y varias horas cantando, decidí irme a dormir. Mucho por el día.

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De a poco fui empezando a dar clases y a sumergirme con mas gusto en la cultura filipina. EN l interín, siempre había algún cumpleaños al que era invitado y al que asistía con mucha felicidad. También hicimos un par de viajes al norte para ver paisajes deslumbrantes.

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Pararme enfrente de los peques me dio esa sensación de comodidad que necesitaba. Ellos si me trataban como uno más y, con sus risas y chistes, me relajaron. De a poco las horas que pasaba en mi habitación solo escuchando música fueron disminuyendo y las horas que pasaba enseñando o charlando con las personas de la escuela se acrecentaban.

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Al principio fue como cuando rendis un final importante en tu carrera, en donde te tomas 15 minutos para leer las preguntas y tranquilizarte. Después volvi. Aparecí. Fui yo. Paso a paso, Guimba me fue enseñando muchas cosas. Muchisimas. Ahora si sentía que estaba aprendiendo. Creo que pagué el derecho de piso. El shock cultural. Me había sumergido de lleno en una cultura nueva y diferente. El cambio me había costado y, aunque lo sentí y mucho, de a poco lo iba domando. La ayuda de los nenes fue fundamental. Sus sonrisas, ocurrencias y gestos me fueron devolviendo la calma, esa a la que estaba acostumbrado.

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Desarrollamos rituales y “rutinas”. Entre ” ” porque las rutinas no suelen ser buenas, al menos para mí. Pero esta si lo era (lo plasmé en esta historia). Me fui encargando día a día de dedicarle más y más tiempo a la escuela. Salía de mi habitación con el termo de mate o con un café y pasaba por absolutamente todas las aulas. Saludaba a cada profesor y a sus alumnos. Gracias a Dios ya no se paraban cuando entraban. Entendieron que era uno más de ellos. El respeto no corre por pararse cuando uno entra. Cada clase que pasaba, sentía como mi confianza crecía y también la de ellos. Lo que al principio era algo atípico, se transformó en una necesidad mutua. Las tizas que volaban de aca para allá, ellos atrapandolas, ellos pidiendome el borrador para ayudarme a borrar lo que había escrito, las preguntas, los juegos, los ejercicios, las correcciones, las risas, las lagrimas, los consejos. Tan cómodo me sentía que pedía por favor que me den más horas para enseñar. Sentía que era poco solo un par de horas diarias.

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Y así los días fueron pasando y Guimba iba llegando a su fin. Despedidas por acá y por allá decoraron los últimos días y me llevaron a escribir esta instan-tanea. Los nenes tenían sus pruebas mensuales así que los últimos días fueron con saludos y risas, pero sin matemática. Jugamos un último juego en el último día, todos juntos, en un aula. Nos reimos hasta mas no poder y chocamos las palmas bien bien fuerte por última vez. Con mucha nostalgia pero con la satisfacción de haber estado a la altura, armé mi mochila y esperé pacientemente a que Jerry tocara mi puerta, avisándome que me estaban esperando abajo para llevarme al aeropuerto. Hong Kong esperaba.

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Mientras Jerry me acompañaba a la camioneta, intentó preguntarme algo. Sabía perfectamente que era. Me preguntaba si iba a volver, y me decía que quería que volviera. En Noviembre estan las olimpiadas de Matemática y en mi cabeza y memoria esta la oferta que la escuela me hizo, de volver para ayudarlos. Tal como les dije y como le dije a Jerry, si mi itinerario lo permite, ahí estaré con gusto. Pero sé, con total certeza, que en Noviembre o cualquier día en el futuro, nuestros caminos se van a volver a cruzar.

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El viaje al aeropuerto fue tranquilo y calmo. Mi cabeza estaba sobrepasada de hermosos recuerdos. En el camino intenté recapitular todo lo que había pasado. Que vertiginosos habían sido los días en Guimba. Que pueblo tan tranquilo pero tan intenso. Llegamos al aeropuerto y Edwin y Luna me dieron la mano. Nos miramos a los ojos y sostuvimos la mirada. Prometimos volvernos a ver, algun día. Caminé sin mirar atrás y me sumé a la fila para hacer el check-in. Como dije, Hong Kong me estaba esperando.

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