Ella se fue, lejos de casa. Se fue en busca de paz. Se fue en busca de aventuras. Se fue en busca de soluciones a problemas que nunca hubiera imaginado. Se fue para entender. Se fue para aceptar. Se fue para transformar. Lo que se acepta, se transforma.
Ella se descalzo y dejo sus huellas en la arena, con la ilusión que nunca se esfumen. Metió sus pies en el mar, tibio y transparente, con la excusa del calor. El sol, amenazante, hacía daño con sus rayos. De a poco iba bajando la guardia, dejame decirte. De a poco se acercaba al horizonte y ella esperaba ese momento. Se fue lejos de casa para poder verlo. A veces uno encuentra afuera lo que no encuentra adentro.
Ella se paro y lo vio caer. Lentamente. De a poco. No importaba la gente que pasaba a su alrededor, ni la brisa que lentamente empezaba a correr. Solo queria ver el sol caer. Queria que su mente lo viera. Porque si de reflexiones en atardeceres hablamos, ella es experta. Ella se fue para procesar lo improcesable. Y le pidió ayuda al sol, en su ocaso.
Que habrá hablado o que habrá pensado en ese momento, misterio es y misterio permanecerá. Me acerque y le pregunte, pero no me quiso contar. Me hizo un gesto con el dedo, pidiendo silencio, y lo siguio mirando. Lo miramos juntos. Me contagio. Me atrapo. Me conquisto. Pocas cosas en el mundo son bellas en su ocaso.
De a poco iba llegando la hora. El sol estaba cerca de esconderse y nosotros seguíamos sumergidos en un trance silencioso, viéndolo caer. Por nuestras cabezas pasaban esas incógnitas que nos desvelan en nuestros sueños. Pasaba nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro. El sol caía cada vez mas rápido y nos apurábamos para procesar lo que, mas adelante, no íbamos a poder. Finalmente se escondió. Nos miramos. Me sonrió. Se dio media vuelta y siguió caminando, sin siquiera esbozar un comentario. Paso sobre sus huellas, las que habia dejado y las que no se borraron. Es que para eso ella se fue lejos de casa.
Una Vuelta por el Universo. Instan-taneas de Broome.