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Mates y Bizcochitos. Manila y Puerto Princesa.

5 de la mañana. Los parlantes del avión de Cebu Pacific anunciaban la llegada a Manila, Filipinas. Aunque no me apuro a salir del avión (a fin de cuentas todos vamos a salir), si me apuro en pasar a las personas que caminan lento por los pasillos del aeropuerto. Esperar en la fila de migraciones y tan temprano no era algo tentador. Bueno, nunca me tienta en realidad. Llegué rápido y la fila estaba vacía. Sonrisa.

“¿Hasta cuándo te quedas?” “Un mes. ” Breve y conciso diálogo que terminó con mi pasaporte sellado y yo, primero, pensando porque me habían exigido un pasaje de salida de Filipinas si nunca me lo pidieron, y después, yendo a buscar mi mochila a la cinta. Minutos después salía a la calle y un taxista me quería cobrar 20 dólares un viaje de 2. Welcome to Manila. Rechacé su oferta y la de varios taxistas más, hasta que hubo uno que aceptó poner el taximetro. En el camino pasamos por una iglesia y él agarro el rosario colgado del espejo. ¿Estamos en Asia? No sabía si estaba muy cansado y empezaba a alucinar.

Llegué al hostel y una señora entra corriendo, balbuceando algo en algún idioma que supuse era filipino. Minutos más tarde la dueña me cuenta que, a la señora, una moto le había robado la cartera. “Be careful, this is Manila”. “Tranquila, estoy entrenado” pensaba por dentro.

No pasaron dos minutos desde que me acosté en la cama que me quedé dormido. Solo el ruido del ventilador y alguien queriendo limpiar el cuarto interrumpieron mi (bastante desfasado) descanso.

La mañana se hizo tarde y, aunque Manila solo me mostraba humedad y caos de tráfico, el avión de B estaba aterrizando. Volví al aeropuerto y, café mediante, la esperé con un cartel argentino. La gente salía en manada pero ella no. Pasó casi una hora y tenía miedo de no haberla visto. ¿Puede haberme pasado eso? No es tan díficil reconocer a B dentro de Filipinas. Segundos después, levanté la cabeza y la vi venir. Nos fundimos en un abrazo y, mientras haciamos la fila de un taxi que nunca tomamos, nos pusimos al día. La gente nos miraba y no entendía como dos personas podían hablar tanto en tan poco tiempo.

La lluvia empezaba a caer, era hora pico y los taxis no aparecían. Caminamos y caminamos, hasta resignarnos y tomarnos un triciclo. Triciclo que decidió tomar caminos alternativos y sumergirse en los barrios más típicos de Manila. A lo lejos veíamos los rascacielos y las luces. Pero en frente de nuestros ojos estaba el lado Z de Manila. Welcome to Asia, B.

Llegamos (finalmente) al hostel. B sacó la yerba, yo el termo. “¿En dónde nos habíamos quedado? Agarrate que se te viene un cuestionario eterno” “Tranqui, tenes 10 días”. Y así pasamos nuestra primer noche en Filipinas, hablando hasta quedarnos dormidos, al ritmo de Spotify y Agapornis.

La noche se hizo día y el despertador nos indicaba que nuestro (primer) avión nos estaba esperando. Una noche en Manila fue suficiente. Puerto Princesa sonaba mejor. Desayunamos mate y bizcochitos, ¿alguna duda?. Apareció la selfie que viajó directamente a Buenos Aires. Nos reimos pensando cuanto pesaban nuestras valijas y nos indignamos cuando el taxista nos quiso cobrar el doble de lo que marcaba el taximetro, porque si. “Señor, ¿se da cuenta que el taximetro dice la mitad de lo que usted me esta diciendo?” “Si” “¿Y entonces?” “Bueno pero no importa”. Negociamos un precio intermedio y nos fuimos, se nos enfriaba el mate. Mate que obviamente llevamos hasta antes de embarcar y que, obviamente, fue motivo de preguntas de todo policía filipino que cruzamos.

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Check-in. Embarque. Selfie por acá, selfie por allá. Aguante B Caretas. Subimos al avión. Cerramos los ojos. Los abrimos. Bienvenidos a Puerto Princesa. Salimos del avión. Foto por acá, foto por allá. Apostamos a ver que valija llegaba primero. La mia, obvio. Caminamos y caminamos y caminamos hasta encontrar una guesthouse que nos gustara, a nosotros y a nuestro presupuesto.

Caminamos por las calles de Puerto Princesa. Comimos carne. Comimos arroz. Comimos más carne. Y mas arroz. Le dijimos que no una y mil veces a ese señor que nos ofrecía una y mil veces un tour por un precio excesivamente caro. Escuchamos una y mil veces a ese chico norteamericano, de ¿novio? con una chica ¿de europa del este? que nos contaba como le robaron en tal lugar, le partieron la cabeza con una botella en ese otro lugar y le andaasaberqueporqueyanoescuchabamosmas en ese ultimo lugar. Hicimos teorías sobre cuanta verdad había en el relato de este personaje. Vimos la lluvia caer. Nos tiramos en las hamacas esperando que pare, con mate, obvio. Saludamos a quien correspondía por el Dia del Padre. Vimos la lluvia parar. Salimos corriendo a recorrer las calles una vez más. Pasamos por el puerto y por todos los mercados que habían. Entramos a un supermercado y buscamos sin cesar esos chips de banana. Volvimos a las calles. Encontramos una iglesia. Había una misa. Nos quedamos. Vivimos una de las mejores experiencias del viaje, recordando esas mejores experiencias del pasado. La plasmamos en esta instan-tanea. La misa terminó y caminamos un poco más. Hablamos de nuestros maestros. Las charlas eran demasiado profundas. Nuestras cabezas iban a mil revoluciones.

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Volvimos. Siesta. Ducha. Cena. Cervezas. Más charlas. Más consejos. Más confesiones. Ahi tenes lo que genera 20 años de amistad. Menos de dos días y ya habíamos ido al pasado, al presente y al futuro. Mientras yo terminaba mi café, B terminaba de contarme su historia. Días más tarde intercambiaríamos roles. Nos fuimos a dormir.

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Nos despertamos y, mientras desayunábamos, ese señor nos ofreció por última vez el tour. “No señor, nos vamos a Port Barton” “Ah bueno, si quieren tengo un tour que los lleva” “No señor, nos tomamos el colectivo acá en la esquina hasta la estación y después esa otra Van hasta Port Barton, ayer averiguamos”. Se quedó callado. Si señor, somos extranjeros pero nos gusta viajar como locales. Nos gusta conocer la cultura, vio. Es la mejor manera de viajar, ¿entiende?.

Se hacía tarde. Cumplimos nuestro itinerario y nos subimos a esa van que varias horas después nos depositaría en ese pueblito con energía limitada, pocas calles y varias historias. Mientras, seguíamos con el mate, los bizcochitos y las historias.

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