Era de noche. Sonaba musica en mi computadora. No recuerdo cual. Mi memoria es buena, pero a veces se pierde algunos detalles. Mis ojos iban y venían por diferentes páginas web, interiorizandome sobre las condiciones para aplicar a la visa. Sobre los detalles del país. El clima. Las playas. Bueno, y no mucho mas. No soy de planear mucho las cosas. Me decidí. La llame y le conte. La decision estaba tomada. Mientras, los mercados nocturnos vietnamitas tomaban vida a mis espaldas.
Los meses siguientes transcurrieron en velocidad crucero. Termine mis clases en las afueras de Ho Chi Minh, y volví de visita a Argentina. Llegue horas antes de Navidad. Pase las fiestas entre amigos y familia. Recorrí el país. Visite algun que otro país vecino. No me quede quieto. Despues, lo que uno ya se va acostumbrando, aunque nunca termine de definir como encarar. Las despedidas. La mochila. El viaje al aeropuerto. El saludo final. El punto y aparte. El comienzo de un nuevo capítulo.
“¿A qué vas a Australia?” – me preguntaron, en ingles, en el aeropuerto de Kuala Lumpur. “A trabajar y viajar. Tengo una visa aprobada” – le respondí, con la voz un poco entre cortada, mezcla del cansancio y la ansiedad, creo yo. No recuerdo muy buen su respuesta, pero si estoy seguro que vio mi cara argentina, y la comprobó con la foto de mi pasaporte italiano. Me dejo seguir. Adelante mío, jóvenes envueltos en sueños y miedos esperaban sentados el embarque al avión. Senti una sensación de gratificacion. Todos íbamos para el mismo lado. Esa sensacion que tenes cuando mas gente comparte tus ideales, o desafíos, o motivaciones.
Examine detenidamente las caras de las personas atendiendo en los puestos de inmigración. Tambien las de las personas que hacían las filas. No se porque. Tenía todos los papeles en regla. Creo que no me sentía con ganas de enfrentarme a alguna señora mayor que me transmitiera su odio a la vida con caras pocos simpáticas y preguntas sin sentido. Elegí la fila y fui avanzando lentamente. “Lo completaste en lápiz. ¿Lo podrías completar en tinta?” – me preguntó, en un tono amable, la chica australiana que me atendió. Si sabia que lo tenía que completar en tinta, ¿por qué lo hice en lapiz? En fin. “No tenes que hacer la fila de vuelta, veni directamente” – acotó. Completé el formulario de vuelta y se lo entregué, dispuesto a responder algunas preguntas. No fueron necesarias. Miro su pantalla, esbozo una sonrisa y me devolvió el pasaporte.
“Welcome to Australia”.