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Vang Vieng, ¿Laos?

“Es Domingo y me toca irme de Vientiane, la capital, hacia Vang Vieng. La verdad no le tengo mucha fe al lugar. Se, por lo que leí, que es un rejunte de backpackers que solo van a tomar alcohol. Con el tiempo le fui perdiendo el gusto a estos lugares. (…) Aparte siento que esos lugares echan a perder la cultura del país. Algo asi como Patong en Phuket. Pero bueno, vamos a darle una chance. Sin prejuicios. “

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Esas palabras fueron escritas por una lapicera prestada en mi hostel de Vientiane, mientras esperaba que me pasaran a buscar. Mi destino era un destino mochilero por excelencia en el Sudeste Asiático. Estuve muy cerca de saltearlo y no iba con muchas expectativas. Pero algo cambió.

El viaje fue muy tranquilo y lo transité envuelto en mis auriculares, escuchando música. En alguna de las paradas bajé a comer algo y volví a recostarme en mi asiento. El sol me pegaba en la cara. Estaba en el primer asiento del piso de arriba. Siempre me gusta sentarme en ese asiento. Cuando vivía en Londres y me tomaba sus buses rojos de dos pisos, siempre que podía, lo hacía. Me gusta ver todo el paisaje frente a mi. Me reconforta. Me permite viajar mentalmente. No puedo saber, a ciencia cierta, si durante alguno de esos (tantos) viajes mentales, el bus se desvió de su ruta sin dejarme darme cuenta. Para mí, seguiamos en las rutas laosianas.

Llegamos y el micro nos dejo al lado de un colectivo local, que nos llevó al centro del pueblo. En el camino escuche a un grupo de mochileros hablar, preguntando en que hostel quedarse. Les comenté que conocía uno barato y, sin dudarlo, se bajaron conmigo en mi parada. Llegamos pero… estaba cerrado y en obras. Internet, parece, a veces puede fallar, al menos en este tan exótico pueblo. Caminamos un poco más para encontrar otro por (casi) el mismo precio. Dejamos las cosas en nuestras habitaciones y, palabras van, palabras vienen, empezamos a conocernos. Una chica de Austria, un chico de Lituana y dos de Francia integraban el (nuevo y temporalmente eterno) grupo.

Es el día de hoy, algunos meses después de esta experiencia, que me cuesta decidir si este pueblo, llamado Vang Vieng, es Laos o no. ¿Esta en Laos? ¿O en algún otro país occidental con una cultura diferente? ¿Existe la posibilidad que coexista en dos mundos paralelos y simultáneos? ¿Podrá ser que, lo que pasa en una parte de Vang Vieng tenga su polo opuesto en algún otro lugar del mundo, en alguna ciudad ficticia y creada con el mismo nombre?

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Si, durante el día, caminas por sus calles laterales y miras el paisaje natural, ves montañas verdes en los alrededores y, en el medio, un pueblo de casas bajas y un aeródromo fuera de uso que, cuando lo caminas, te da una única sensación de libertad. Si agarras una moto y te alejas unos pocos kilómetros, cruzas un puente colgante de madera y, a derecha e izquierda, se te abren cascadas, cuevas, campos y (más) montañas. Una inmensidad tan gratificante para los ojos que te dan ganas de que la moto nunca se detenga. Cuando paras en alguna laguna, lo único que hace falta es valentía para subirte a algun árbol y tirarte al agua. Una y otra y otra vez. La gente te saluda con una sonrisa mientras el viento de la ruta te pega en la cara. Definitivamente tiene que ser Laos y el viaje sigue el rumbo que el mapa marcaba.

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Si, durante el día, caminas por las calles centrales de este misterioso pueblo, tus ojos van a ver bares dispuestos uno al lado del otro, con una escenografía similar. Dicese de (y permitanme enumerar para intentar ordenar este caos, ya que el caos es el orden bien interpretado):

  • Sillones en el piso, queriendo simular, asumo, alguna suerte de religión budista o algún concepto de relajación.
  • Televisores que nunca se apagan con maratones interminables de series americanas con 6 personajes que son tan amigos en la vida real como en la ficticia.
  • Menues con platos occidentales similares a los de un bodegón porteño en plena Avenida Corrientes.

A su vez uno puede encontrar puestos callejeros (otra vez, uno al lado del otro) ofreciendo panqueques, licuados y más panqueques. Todos atendidos por una persona de rasgos orientales. No se puede decir lo mismo de los ya mencionados bares. Por otro lado se puede observar jóvenes occidentales ofreciendo algo a lo que pude deducir como “Tubbing“, o, básicamente, tirarse de un gomón por el río e ir parando en bares costeros para ingerir alcohol sin límites. No me malinterprete. No es que me quejo de estas actividades. Sino que, bueno, no coinciden con lo que uno imagina al ver cierta geografía, cultura e ideologías.

Si, durante la noche, caminas por las calles centrales de este llamativo pueblo, uno puede encontrar las calles vacías. La población nocturna se alterna entre los bares que describí previamente o, en su defecto, se amontonan en diversos pubs o boliches. Uno pasa por la puerta, le ofrecen una consumición sin cargo, y entra en un frenesí de alcohol y felicidad que termina cuando el sol hace su aparición al día siguiente. Entonces es que, en un mínimo lapso de lucidez, me pregunto quien fue el que cambió el mapa. ¿Cuando me desvié de mi ruta? ¿Hay un camino oculto que une dos mundos tan distantes? ¿Es, este pueblo, un portal entre dos culturas supuestamente tan lejanas? ¿O es un ejemplo que ambas pueden vivir al mismo tiempo y en un mismo lugar? ¿Es Vang Vieng, Laos?

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Este pueblo es digno de un estudio más profundo y, cuando me disponía a realizarlo, me encontré subiéndome a un transporte que, en las horas de la noche, me estaba llevando a mi próximo destino. A mi derecha una chica de Finlandia. Por atrás algunas tonadas latinoamericanas y también francesas. Cerré mis ojos. Los abrí y me encontraba, con seguridad, en Laos. Si el transporte hizo algún truco de magia o desplegó alas para depositarme en mi ruta original, todavía no lo se. Si este intrigante pueblo uso su rara coexistencia espacio-temporal para cambiar, una vez más, mi hoja de ruta, tampoco lo sé. Solo sé que no me dejó estar el tiempo que hubiera necesitado para develar el misterio.

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