El vino lleno las copas, lentamente, y ambos empezamos a tomar al mismo tiempo. Ella, contrario a lo que pensaba, no se prendió otro cigarrillo. Solo movió la copa de un lado a otro, como una experimentada sommelier. Durante unos minutos nadie hablo. Se estaba haciendo tarde y creo, por un minuto, ambos pensamos en seguir la charla otro dia. Pero nos negamos. Esas charlas y esos momentos no se generan todos los dias. Hay que saber aprovecharlos. Esos momentos reflexivos.
“Se me terminaba la visa. Me tuve que ir” – rompí el silencio, casi excusándome por haber abandonado Phuket y la escuela donde hice el voluntariado. “Nunca volviste?” – acotó, casi sin pensar en las consecuencias de sus palabras. “No todavía” – le dije, con un dejo de melancolía.
La realidad es que quise volver y quedarme unos meses enseñando, pero una parte de mi me impulsaba a seguir viajando, a seguir conociendo. Me tomé un bus local que me llevó a la estación. Después otro, nocturno, que me llevó hasta la frontera, cuando el sol empezaba a asomar. Dormí unas horas en la estación de buses de vaya a saber que pueblo. Tomé un colectivo mas que me dejo en la mismisima frontera entre Malasia y Tailandia. Me puse la mochila, y empecé a caminar. Un pie adelante del otro, para perseguir la utopía. Y asi, mientras todos los autos me miraban, le mostré mi pasaporte al agente de migraciones y, segundos después, mi pies pisaron territorio malayo.

Estaba casi sin plata, sabias? La tregua con mis papas habia llegado a su fin. Se rompió abruptamente y, dejame adelantarte, tardo algunos meses en arreglarse. Se dijeron cosas que no se debian haber dicho y se derramaron lagrimas que no se debian haber derramado. Por varios meses no nos hablamos y, por varias noches, me senti solo en el mundo.
Los trabajos con mi computadora no eran tantos como me hubiera gustado y de repente iba viendo como la plata se iba, dia a dia. Era estresante. Te juro. Odio pensar en la plata. Pero tenia que hacerlo. Tenia que pensar en cada centavo que gastaba. Cada centavo contaba. Gracias a Dios. Porque eso hizo abrir mi mente. Me hizo encontrar formas alternativas de conocer el mundo. Me hizo viajar como un local. Y es algo de lo que nunca me voy a arrepentir.
Se rio. Creo que admira mi positivismo. No se, capaz me equivoco. En fin. Volcó la botella sobre nuestras copas. Detuve mi relato y espere que las copas se llenaran. Aproveché la pausa para pensar lo que se venia.
Me tomé un tren que me dejo en Penang. Mi primera ciudad en Malasia. Un pais al que le tengo mucho afecto, sabes? No se porque. Pero lo quiero. Mucho. Me enseñó mucho. Penang. Langkawi. Kuala Kangsar. Ipoh. Cameron Highlands. Kuala Lumpur. No fueron muchos dias en el pais y, seguro, me faltaron muchas cosas por conocer. Pero siento que fue una eternidad y que crecí como pocas veces he crecido. No importa el orden de los factores, mientras el resultado sea el que buscamos. Acordate de eso. En serio.


A Penang llegue solo, una vez mas. A un cuarto de hostel con 20 camas. En la habitación no habia nadie. Absolutamente nadie. Me di una ducha. Una que necesitaba. Me acosté. Me dormí. Soñé con un mundo que no existía y me desperté con un dejo de melancolía. Me levante. Sali a caminar. Las calles de Penang son mágicas, te juro. Sus grafitis. Sus mercados. Sus puestos de comida. Amo Penang. Hacia calor, me acuerdo. Mucho. Estaba húmedo. Volvi al hostel, mientras mi mente viajaba a vaya saber uno donde. Me senté en la zona común, esperando. Esperando vaya a saber uno que. Y de repente la habitación, esa a la que llegue solo, se fue llenando. Canada. Irlanda. Suiza. Francia. Y algun pais mas, seguro.
Y empezamos a hablar. Entre todos. Como si todos hubiéramos estado esperando ese momento. Como si todos, y cada uno de nosotros, hubiera llegado a esa habitación con el fin de conocernos. No se como explicarlo. Se dio. Viste lo que dicen, no? Cuando estas en la ruta, los desconocidos se vuelven conocidos en un segundo y les contas lo que capaz ese que te conoce hace años no sabe. La magia de viajar creo yo.



Hizo un gesto con su cara. Ese gesto que uno hace cuando alguien dice algo que es cierto. No se como describirlo. Ese gesto. Es típico. Vos sabes de lo que estoy hablando.
Y entonces, mas como una familia que como un grupo de desconocidos que recien se conocían, pasamos unos dias en Penang comiendo por la noche, yendo a la playa durante el dia, y caminando cada rinconcito de la ciudad. Despues, obvio, llegaron las despedidas. Porque cuando uno viaja, despedirse es moneda corriente. Son parte del trato. Ya hablamos de esto creo. Los caminos se fueron abriendo. Algunos nos fuimos a Langkawi. Otros para el sur. Otros para el norte. Otros vaya a saber donde. Todos nos guardamos en nuestras cabezas esos dias en Penang. De eso no hay duda.
La historia cuenta que, despues de unos días de playa en Langkawi, por primera vez en mi vida hice dedo. Que se yo, sentía que era el momento. No se. Lo sentía. Como que el cuerpo me llevaba a hacerlo, y la mente no se negaba. O al revés. No se. Pero me bajé de un barco, camine unos minutos, deje mi mochila en el piso y me puse al costado de la ruta. Pasaron algunos minutos. Aunque nunca me desespere. Estaba convencido. Que sea lo que sea. Pero que sea algo bueno. Y un camión paro. Como si nada. Me pregunto a donde iba. Y me llevo. Asi de facil.


Hablamos todo el viaje, sabias? Me contó toda su vida. A veces creo que el me estaba esperando. Que ese dia se despertó con el sueño de encontrar alguien en la ruta al que poder contarle sus miedos y sus desafíos. Y yo lo escuche. Y les conte los mios. Como si lo conociera de toda la vida. Fue algo tan natural. Tan mágico. Tan unico. Tan digno de un viaje.
Las horas pasaron casi como minutos. Almorzamos juntos y seguimos viaje. Las palabras fluían. Llegamos a destino. Se bajó de su camión y me abrazo. Nos sacamos una foto. Me pidió que alguna vez nos volvamos a ver. Siempre me quedo la duda de si, esa noche, el le contó a su mujer sobre mi. Yo creo que si. Yo, al menos, le conte a todos de el. Llegué, graicas a el, a Kuala Kangsar. Me acosté con una sonrisa que, creo, todavia no se me borró.


Vacío la botella de vino en nuestras copas. “Que bien hace eliminar las fronteras, no? – me dijo, en voz baja. “A que te referís?” – pregunté. “Esas fronteras que pone la mente. Esas fronteras que nos impiden conocer culturas. Personas. Momentos.” – respondió. Me quedé pensando. “Pensar que si hubieras tenido mas plata, hubieras tomado un avion o un colectivo o no hubieras hecho dedo” – pensó en voz alta. “Menos mal, no?” – me animé a acotar. Era lo unico que me salía.
“Abro la segunda botella, queres? No tengo sueño, quiero saber como sigue la historia” – me dijo.
Una Vuelta por el Universo. El Origen. Capítulo V.