Mientras bajábamos la escalera de su casa, Irwan me confesó que su esposa sufría cáncer. Estaba en un estado avanzado y, horas después, me contaría que ya había llegado a los huesos. Una vez por mes necesita inyectarse calcio para poder seguir en pie. Durante la cena, y casi como un nene buscando una ilusión de donde agarrarse, me preguntó si sabía si existía alguna cura. Nunca me costo tantó decir “No”. Agachó la cabeza y siguió comiendo. Me contó que, cuando le diagnosticaron la enfermedad a su mujer, ella estaba embarazada. Todos los doctores menos uno le dijeron que tenía que perder el embarazo. Le hicieron caso a ese uno que fue en contra de la corriente. Segundos después, mi mano se vio envuelta por unos diminutos dedos. Eran esos dedos que algunos decían no tenían que nacer. Era el último de sus 5 hijos.
Pasaron los minutos e Irwan me contó que quería que sus hijos viajaran por el mundo y hablaran 3 idiomas. Me contó que tenía que viajar a Italia a dar una conferencia en la Universidad de Bologna y quería llevar a su esposa. Sus hijos se quedarían con sus abuelos, en el sur de Malasia.
Durante dos días Irwan me llevó a conocer Kuala Lumpur de noche, porque las Torres Petronas se deben ver iluminadas. Me hizo probar todas las comidas típicas que no había probado y me presentó con varios de sus amigos. El y su esposa me preguntaron mi apodo y por primera vez en Asia alguien me dijo Lucho. Me contó la historia de un lugar donde solo había silencio y luciérnagas brillando en la oscuridad, como una noctiluca. Vio fascinación en mi cara y la noche siguiente me llevó a conocer ese mágico lugar. Se fascinó por mi historia y repitió una y mil veces cuanto me envidiaba. Me pidió consejos sobre Italia. Me agradeció en la noche de Kuala Lumpur, ya que el nunca iba a la ciudad, pero, como yo estaba en su casa, pudo ir.
“Ready?” “Yep, just one minute”. Bajé las escaleras y me encontré con un regalo. La esposa de Irwan, que estaba en el hospital, me había dejado un almohadón de regalo, para mis viajes en micro, avión, bus o ferry. Les regalé dos rosarios y les escribí una carta. Fue mi manera de decirles que iba a pensar en ellos siempre. Sus hijos me pidieron una foto y, minutos después fuimos a almorzar todos juntos. Llegó el momento de la despedida e Irwan le pidió a sus hijos que saludaran al “Tío Lucho”. Me sonrieron e Irwan me dio la mano. Se subió a su auto y fue a buscar a su esposa al hospital. Seguramente ahora esten sentados en un sillón, hablando de cuantos paisajes les quedan por conocer y cuanta vida les queda por delante. No miran el pasado ni se lamentan por un presente caprichoso. Miran con ansias al futuro y sueñan con el. Como debe ser.
Una Vuelta por el Universo. Couchsurfing en Kuala Lumpur. Malasia.