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Instan-taneas de Vientiane. Laos

“¿Puedo hablar con vos?”- me preguntó, con mucha timidez y un sorprendente respeto – “Quisiera practicar mi inglés, si no te molesta”. “Obvio, dale. ¿Me das un segundo? Quiero sacar una foto” – le respondí. El atardecer caía sobre la capital y había una imagen que había cautivado mis ojos. El sol, en su faceta histérica, se dejaba ver entre algunas nubes pero después se escondía atrás de las mismas. Capaz sin darse cuenta, generaba un atrapante efecto en el río Mekong. El cielo, a su vez, ofrecía un celeste furioso, que de a poco se fusionaba con un naranja luminoso, en una mezcla encantadora.

Instan-taneas de Vientiane. Laos. Una Vuelta por el Universo

“Listo dale, perdón. ¿Cómo te llamas?” – le pregunté. Me respondió con su nombre, nombre que, sinceramente, no recuerdo. Como consuelo y para alivianar mi culpa, más tarde pensaría que los nombres en Asia son muy complicados, que tienen sonidos diferentes a los nuestros, que conozco muchas personas por día. “Y vos, ¿qué haces en Vientiane?” – me preguntó, interesándose por mi historia de vida. “Viajo por el mundo” – le respondí, esbozando una sonrisa y simplificando mi historia en 4 palabras. Sus ganas de practicar inglés, reflexioné antes de responder, no creí que incluyeran escuchar a que me dedico, como financio mi viaje, hace cuanto me fui y si alguna vez pienso volver.

De a poco el personaje fue perdiendo la timidez y me preguntó cuantos países conocía. Con vergüenza, respondí que más de 20. Se maravilló por la respuesta y me contó que el nunca había salido de su país, haciéndome valorar un poco más mi presente en movimiento. Le conté de donde era y, obviamente, hablamos de fútbol. “Y vos, ¿qué haces acá?” – me interesé, y el sonrió. ¿Habrá habido, alguna vez, algún extranjero que le haya preguntado por su vida? Ojalá que sí. “Estudio” – me respondió. “Pero, ¿no sos de acá?” “No! Nací en un pueblito cerca de Luang Prabang, ojalá algún día puedas conocerlo” – me dijo, con una total sinceridad reflejada en sus ojos y una humildad que me cautivó.

Charlamos unos minutos más y, cuando el día se transformaba en noche, me levanté y me despedí. Nos dimos la mano y le desee lo mejor. Subí las escaleras y me di vuelta. Se había quedado en el lugar de nuestra charla, sentado, pensando. Giré mi cabeza y busqué al señor que miraba al horizonte, al protagonista de la foto que demoró unos segundos la charla. No lo encontré, ya se había ido.

Seguí caminando y me sumergí en la marea de gente que inundaba las calles del mercado nocturno, en busca de alguna oferta. Mi mente volvía unos minutos atrás. ¿En que se habrá quedado pensando el chico de la conversación? ¿Le contará a alguien de como practicó ingles? ¿En que habrá estado pensando el señor de la foto? ¿Qué sensación inundaba su alma que lo hizo ver el horizonte en busca de una respuesta? ¿Será, algún día, el chico de la conversación, el señor de la foto? ¿Qué tuvo ese atardecer, tan mágico e hipnótico, tan parecido a la vida, que generó encuentros y desencuentros?

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