Existen dos procesos, creo, que se van a repetir indefinidamente. Procesos que son parte de ese constante circulo, en donde el pasado es el presente, el presente el futuro, y el futuro, el pasado.
Existe el proceso del principio. Un proceso entusiasta y lleno de adrenalina. Un proceso abrumador, que nos llena de miedos. Ese principio, tan bendito y maldito a la vez, en el que nada de lo que pensamos, pasa. Ese principio que nos obliga a cambiar sobre la marcha, a improvisar, a ser espontaneos. Bendita espontaneidad, ¿que seriamos sin vos?
Un principio que casi nos ruega que definamos algunos pasos a seguir. Que nos atemos a una suerte de estrategia. Que nos vayamos amoldando, de a (no tan) poco, a nuestro nuevo ecosistema. Que vayamos entendiendo como funciona nuestro nuevo alrededor, y que, sufriendo lo menos posible, podamos ser con el mismo. Que podamos estar. Que podamos sentir en el. Que sintamos el fluir de las cosas.
La culpa de todo la tiene el tiempo, escribe Sachieri en unas lineas que un amigo, experto en principios que se convierten en finales, me hace llegar. Es el tiempo el que se empeña en transcurir cuando a veces debería permanecer detenido. Es el tiempo, fascinado con la idea de no detenerse, el encargado de llevarnos de un proceso al otro. Es el tiempo el que nos roba las ilusiones, los miedos, los sueños y los inmaculados, inolvidabes y hasta casi perfectos momentos, tan tipicos de los comienzos.
Existe el proceso del final. Tan abrupto como sorpresivo. Proceso que requiere de un tiempo de cultivo. Proceso que se va gestando en segundo plano, sin siquiera nosotros saberlo. Se va formando de a poco, a las sombras de nuestra realidad, sin pedirnos permiso y sin siquiera nuestro consentimiento. Muchas veces crónica de una muerte anunciada, y muchas veces sin verlo venir, hace su lujosa aparición, sin previo aviso, y sin intenciones de irse. Es que cuando el final llega, lo hace para quedarse. Lo hace para transformarse, mas adelante, en un nuevo comienzo.
El final, fiel amigo de los balances, nos hace mirar el pasado, presente y futuro. El final, por mas tragedia que su nombre sugiera, es tan necesario como vital. El final es un luto que todos debemos, y tenemos que vivir. Es el final el encargado de mostrarnos cuanto crecimos. De mostrarnos los pasos a seguir. De mostrarnos cuanto cambiamos y de hacernos entender que toda decision que tomemos es correcta, siempre y cuando entendamos que la energia no se crea ni se destruye, solo se transforma. Y que somos cambio.
Que somos procesos. Que somos lo que fuimos. Y somos lo que vamos a ser. Que somos principios que luego seran finales, que volveran a ser principios. Una y otra vez.
Una Vuelta por el Universo. Una serie de relatos espontaneos e impensados. Principio, final y principio.