fbpx

El Origen. Capítulo XII

El Origen - Capitulo XII - Una Vuelta por el Universo

“Nunca pensé que llegar a Vietnam me iba a cambiar la vida” – acoté, mientras veía sus párpados luchar para no caer. Era tarde y no se cuántos vinos ya habíamos tomado.

 

 

“¿Por qué” – me preguntó, como quién escupe palabras con el solo fin de decir algo, buscando despabilar su mente y cuerpo.
“¿En serio me preguntas?”
“Si, ¿por?”
“En Vietnam te conocí a vos” – le dije, haciendo fuerza para no ofenderme y para no irme a dormir antes de tiempo.

 

 

Sus ojos, de repente, se abrieron como un dos de oro en las barajas españolas y su alma se instaló de lleno en la charla, como si hubiera estado esperando este momento.

 

 

“¿Qué hago? ¿Te cuento el Vietnam “profesional” o el Vietnam “personal”? – le pregunté, buscando complicidad en su respuesta. Es que Vietnam, además del hito personal, fue muy importante en mi estadía en el Sudeste Asiático. Pasé más de 4 meses enseñando inglés y me llevo un gran recuerdo del pueblo vietnamita.

 

 

“El Vietnam personal, obvio” – me respondió, haciendo hincapié en la última palabra.
“¿Cómo te lo cuento? Si ya sabes la historia” – acoté.
Cómo si se la contaras a alguien que acabas de conocer” – me respondió. Apoyó su cabeza en mi hombro y se decidió a escuchar lo que estaba por venir.

 

 

Para arrancar con esta historia, indefectiblemente tengo que ir varios años para atrás. Allá por el ¿2010? la conocí a Agos en un boliche porteño. Intercambiamos teléfonos y no mucho más. Eran épocas del MSN y Facebook todavía no existía. O al menos no era tan popular. Los mensajes eran de texto y cada uno que se enviaba costaba dinero. Para hacerlos valer la pena. No sabías si la otra persona lo había leído y tampoco había urgencia por la respuesta. Instagram no existía, aunque la dependencia digital poco a poco iba comenzando.

 

 

Le mandé un mensaje de texto, hubo una respuesta y la cosa quedó ahí. Nada más pasó y, aunque los contactos quedaron registrados en nuestros celulares, ambos seguimos con nuestras vidas, a ambos nos rompieron el corazón y ambos también lo rompimos.

 

 

“¿Por qué te reís?” – le pregunté.
“¿Cómo sabes que rompí un corazón?” – respondió.
“Todos rompimos un corazón, algún día, incluso sin quererlo. Es que el corazón es algo tan frágil que se rompe con el más mínimo toque”.

 

 

Agos se fue a Nueva Zelanda y yo a Londres y a Italia. Ella salió de su zona de confort, y yo también. Ella con pasaporte italiano, del norte. Yo con pasaporte italiano, del sur. Agos viajó al Sudeste asiático y yo también. Ella, con 3 amigas. Yo me amigué con el azar, que tomó un rol protagónico en esta historia. Eran 4 chicas y cada una tenía que elegir un país. Se hacían responsable de ese país y tenían que encargarse de todo. Cómo tramitar la visa. Donde dormir. Qué visitar. Cuántos días ir. Todo. Y a Agos le tocó… Vietnam.

 

 

Mi blog recién arrancaba y la pluma tenía sed de contar. De contar y de compartir. Porque si no hubiera compartido, esto no hubiera pasado.

 

 

“¿Cómo?” – interrumpió.
“Claro, ¿no te acordas que me escribiste por Facebook porque viste que había escrito algo sobre Vietnam?” – acoté.
“Tenes razón. Lo loco es que no sabemos porque nos teníamos en Facebook. Nos tuvimos y nunca nos dimos ni un Me Gusta”.

 

 

Era cierto. Por una sugerencia digital o por arte del destino, un día alguien agregó al otro a Facebook (nadie sabe quien) y desde ese momento fuimos amigos digitales, aunque no interactuabamos.

 

 

Agos leyó un texto sobre Vietnam y sobre mis 40 días en Hanoi y se decidió a escribirme. “Capaz sabe cómo pasar de Laos a Vietnam por tierra” – pensó. Y acertó. Y le contesté. Y empezamos a hablar. Cada día un poquito más. La saludé por su cumpleaños. Le di más tips.

 

 

Me pidió mi Whatsapp, que ahora ya existía. Y hablamos un poco más. Y nos mandamos audios, porque era más fácil. Y un día me llamó, porque “por audios se hace eterno” y, de repente y sin habernos visto cara a cara, ya hablábamos de visitar Australia y de comprar una van.

 

 

Su recorrido por Vietnam era de norte a sur y yo me encontraba cerca de Ho Chi Minh enseñando inglés. “Cuando vengan para el sur avísame, y nos vemos” – le dije. Y así fue.

 

 

“Te pusiste colorada” – le dije.
“Es que me acordé de ese encuentro. Dios” – me respondió, mientras sumergía su cabeza en mi pecho, como queriendo que la tierra la tragase.

 

 

La química fue instantánea y esa cerveza que nos tomamos con sus amigas en Ho Chi Minh fue la primera de muchas. Ese bar que visitamos fue el primero de miles y esa noche que dormimos juntos fue la primera y, gracias a Dios, no la última.

 

 

Agos y sus amigas se iban a Camboya y yo tenía que volver a enseñar. Nuestros caminos se separaban y nadie sabía si íbamos a volver a vernos. “Fue algo pasajero, de dos días” – Agos se convencía. Yo no hablaba. Pensaba y evaluaba. Mi visa en Vietnam estaba por terminar y tenía que salir del país para poder renovarla. ¿Por qué no Camboya? – pensé.

 

 

Le escribí un mensaje a Agos y le dije que, si quería, la visitaba en Koh Rong, una isla en Camboya, y de paso tramitaba mi visa. Le gustó la idea y pasamos un fin de semana en esta isla bastante turística pero que, por motivos obvios, tiene mi cariño y respeto. Mientras veía a Boca salir campeón, Agos sacaba su visa Working Holiday a Australia.

 

 

“¿Te acordas que no sabías que era una Working Holiday?” – me interrumpió.
“Es verdad. Mira si nunca me lo contabas, o si no la sacabas al lado mío. Todo hubiera cambiado” – respondí.

 

 

Agos volvía a Nueva Zelanda y yo a Vietnam. Hablábamos todos los días pero nadie sabía qué iba a pasar. Nuestros caminos lejos estaban de coincidir y no se vislumbraba una solución para seguir viajando juntos.

 

 

Una mañana me desperté en Vietnam y le escribí. “¿De qué color queres la van? Saco la visa para Australia y viajamos juntos”.

 

 

Hace ya más de 3 años de ese Octubre del 2015, donde nuestros caminos se cruzaron en Ho Chi Minh. Pasó de todo y, seguro, mucho más seguirá pasando. Recorrimos medio mundo y nos queda otro medio por recorrer. Nos reímos, lloramos, nos acompañamos, nos gritamos, nos abrazamos y nos cuidamos. Respetamos al otro y lo queremos por lo que es, y no por lo que queremos que sea. Somos libres y dejamos ser, sabiendo el riesgo que eso implica. Es que uno solo conserva lo que no amarra.

 

 

Y, desde ese día que Agos me escribió, decidí nunca dejar de escribir y compartir. Es que, por haberlo hecho, la conocí.

 

 

Una Vuelta por el Universo. El Origen. Capítulo XII.


Para ver todos los capítulos del El Origen, hace clic acá

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.